El living huele a bizcochuelo de vainilla. “¿Maru Botana? ¡Un poroto al lado mío!”, dice Florencia de la V (34), mientras –efectivamente– acerca una bandeja con budín casero recién horneado por ella. Así nos recibe en su propia casa.
Un piso de Belgrano que elude la frialdad de los catálogos de decoración y que, en cambio, está impregnado con la calidez que ella le pone a cada rincón de su casa. Almohadones animal print, marcos con fotos de familia, reseñas de Hello Kitty en algunos recovecos de la sala, son sólo algunos detalles de su sello personal.
Flor se deja caer, dócil, en el sofá, a la espera de la charla. Cuando se trata de desnudar su intimidad, su imagen toma distancia de la capocómica que atropella con ironía y humor sobre el escenario. Al contrario, parece que susurrara, como si en cada respuesta revelara su más íntimo secreto. Quizá algo de eso haya en esta nota...
–¿Cómo viviste el debate por la Ley del casamiento igualitario?
–Me encantó que hayan votado de acuerdo a sus convicciones y no a intereses corporativos. Pero fue bastante confuso. Se habló mucho de que atentaba contra la familia, y simplemente intenta darles el mismo derecho a todas las familias ya existentes.
–¿Te molestó la posición que se sostenía en “yo tengo un amigo homosexual, pero...”?
–Mucho. Creo que hay varios que sacaron el facho que llevan adentro. Muchos mostraron la hilacha, y una manera de pensar retrógrada. Y hubo demasiada frase desafortunada de esa minoría que no tiene la más pálida idea de la vida y dice cualquier cosa.
–Algunos manifestaron su temor de que el chico criado por padres homosexuales sufra la crueldad de sus compañeritos de colegio.
–¡Pero en el colegio sufrimos todos! El gordo, el feo, el que tiene granos, la colorada, el gay... Los chicos son así. Pero por eso no te pueden privar del derecho a algo. Si somos todos iguales ante la Ley, ¿por qué negar ese deseo? Además, yo creo que si hay amor, todo lo demás pasa a segundo plano.
SOÑAR CON UNA FAMILIA. Es indudable que ha recorrido un largo camino, y ella lo sabe. Parte de la historia comienza el 2 de marzo de 1976, cuando esta despampanante mujer que hoy enfrenta el grabador de GENTE era un niño bautizado como Roberto Carlos Trinidad. Nacido en el Hospital de la Madre y el Niño, en Resistencia, Chaco, era el segundo hijo de Claudio Trinidad, un maestro mayor de obras, y Sabina Sáez, costurera de profesión.
En ese seno, devino una infancia difícil, signada por el fallecimiento de su mamá cuando tenía dos años y las carencias económicas. Luego, una juventud de búsqueda constante que se rastrea en la localidad de Llavallol, en Lomas de Zamora, donde Florencia –aún entonces como varón– transcurrió su adolescencia.
A los 17, entonces, decidió que era tiempo de tomar las riendas de su destino. “Empecé a construirme”, dice. Y una tarde, vestida de mujer frente al espejo, se vio mejor que cualquiera. Se supo hermosa, para ser más exactos. Una sonrisa inmensa se dibujó en el reflejo y se sintió feliz. “Había pasado toda mi adolescencia perdida, sin saber a dónde ir, sin brújula. Y hay mucho prejuicio... Pero yo me prioricé. Podía haber hecho feliz a mi familia, pero yo siempre fui de frente. La mente te engaña bastante, pero la sexualidad no se puede explicar. Es como razonar por qué te gusta la mermelada y no el dulce de leche... Si fuera una verdadera elección, no sé si me hubiera complicado tanto la vida. Ser heterosexual es más sencillo”.
Sin embargo, los baches de ese camino más largo y difícil no le impidieron encontrar el gran amor. Con Pablo Goycochea (43), su pareja, se conocieron hace doce años, en un festival en Gualeguaychú. Ella, por ese entonces, iniciaba su ascendente carrera en los medios. El, en tanto, era un odontólogo de bajo perfil, divorciado y padre de tres hijos (Gonzalo, María Pía y Martina, de 21, 19 y 17 años, respectivamente). Lo de Pablo y Flor tuvo tinte serio desde el primer momento. Aunque nunca aventuraron lo que sucedería una década después: el majestuoso casamiento que celebraron en noviembre de 2008, cuando la Ley que hoy ampara su unión parecía una utopía.
–Cosechaste una gran relación con los hijos de Pablo. ¿Fue difícil llegar a ese equilibrio?
–Siempre cuesta: mi papá tenía novias y yo lloraba desconsolada. Me parecía tremendo en ese momento. Y tenía otra mujer como pareja, no un hombre... Pero Pablo les habló. Siempre fue con la verdad, y con el tiempo aprendieron a quererme, a querer estar conmigo... Hoy saben y sienten que soy parte de la familia. Admiro la franqueza que tuvo en aceptar lo que pasaba y compartirlo con sus hijos, sin vivirlo como algo malo o prohibido.
–¿Costó más con el varón? Digo, generalmente no se lo ve en notas.
–Eso tiene que ver con la personalidad de cada uno. Tengo muy buena relación con los tres. Con Gonzalo nos llevamos bárbaro, sólo que está estudiando y no le gusta tanto aparecer. Y a mí me encanta que sea así.
–¿Te imaginabas que ibas a convivir con su familia?
–Nunca (sube el tono). Cuando empecé con Pablo era muy chica, y eran los hijos de él. Me llevó mucho tiempo sentirme capacitada para enfrentarlos. No era fácil para mí. Porque ellos tienen a su mamá y yo soy la novia del padre, con una sexualidad diferente. Son muchísimas cosas, que al principio eran complicadas. Pero con el tiempo se acomodaron. Yo tenía más prejuicio que los chicos. Incluso, no sabía si tenía instinto maternal.
–Es una confesión fuerte...
–Muy fuerte. Pero me nació en cosas casi imperceptibles. En cuidados con las nenas más chicas. Me sorprendí calculando el desayuno, preparando cosas para ellas, cosiéndoles la ropa... Asumí el rol de la mujer de la casa.
LÁGRIMAS DE MUJER. Quizá no haya elegido su condición sexual. Ni ese impulso que la llevó a travestirse, sabiendo que eso implicaba un viaje de ida en su vida. Una elección medular para su futuro. Un año cero. Sin embargo, y en esto se vuelve irreductible, ella sí eligió ser Florencia.
“No me lo olvido más. Era una de las primeras veces que salía vestida así... de mujer. Me presentaron en una fiesta, con unos amigos, y cuando tuve que decir cómo me llamaba, apareció el nombre. Florencia, les dije. Y fue como perder la virginidad. ‘Ya está’, pensé. Estuve incómoda toda la noche, pero sabía que había encontrado un camino”.
En realidad había encontrado su identidad. Luego, de mano de sus logros profesionales –que arrancaron allá por el ’98, con su debut en Más pinas que las gallutas, de la mano de Gerardo Sofovich– sería amada y reconocida como Florencia de la V. Por eso, en ese campo de batallas y victorias a las que supo abrirse, hoy se plantea un nuevo horizonte: la obtención de su DNI femenino, como Florencia Trinidad, tal su apellido paterno.
–¿Muchas veces te preguntaste ‘¿quién soy?’?
–Muchas... Me sentía una cosa en el medio de un hombre y una mujer. Que no estaba ni de un lado ni del otro. Necesité solidez para enfrentarme, y vino de la mano de mi trabajo. Muchas veces uno dice “está todo bien” y no lo está. No me sentía merecedora de nada. Como si mi existencia fuera un problema.
–¿Una enfermedad?
–Exactamente. Cuando resolví ese rollo, me vino el tema de la maternidad, que con Pablo parecía resuelto. El tenía sus hijos, creía que no iba a querer ser padre el día de mañana, y fue una tranquilidad en ese momento. Pero después de los 30 tuve un llamado biológico. Hoy no soy ni la sombra de lo que era a los 20. Y un día, me acuerdo, ya lo tenía bastante digerido, y lo hablé con Pablo.
–Y hoy te sentís lista para ser madre.
–Sí... Me quita el sueño. Nunca lo había pensado como un derecho civil. Siempre me sentí ajena al tema, quizá porque no estaba preparada, o porque me estaba formando como mujer. No fue fácil para mí ser la mujer que soy. Cambié completamente mi vida. De ser una cosa a otra. Pasé vergüenzas también, eh. Dar vuelta la página y arrancar de cero es fuerte. Me llevó mucho tiempo conocerme y aceptarme. Construirme. Más de lo que la gente cree. No fue todo tan superado.
–¿Y la búsqueda de tu identidad femenina?
–Vino todo de la mano. Cuando empezamos a pensar el tema del bebé, me dio vueltas el tema del nombre. Yo llegué a un punto en que no me lo planteaba. Pequeñas cosas que aprendí a pasar sola. Había aprendido a superarlo, a pasar la situación incómoda de mostrar mi DNI... ¿Sabés que hay mucha gente que realmente cree que me llamo Florencia de la V? Después de tantos años, me gané el derecho. Me llevó y me costó mucha lágrima, vergüenza, sudor y tristeza.
–¿En algún momento evaluaste la cirugía de cambio de sexo?
–Ese es un tema bastante más complicado. Hoy por hoy no lo tengo ni planteado. Está bastante asumido para mí quién soy. Me acepto y me quiero así.
–¿Quién es Florencia Trinidad, entonces?
–Son mis raíces, mi familia. Pero hablemos simplemente de Florencia, porque no pasa por el apellido. Quiero que me reconozcan así también en el DNI. ¿Es tanto pedir que el documento coincida con lo que soy? Yo no me disfracé de Florencia. Yo soy. Así de clarito. Y me trajo muchísima luz a mi vida.
Un piso de Belgrano que elude la frialdad de los catálogos de decoración y que, en cambio, está impregnado con la calidez que ella le pone a cada rincón de su casa. Almohadones animal print, marcos con fotos de familia, reseñas de Hello Kitty en algunos recovecos de la sala, son sólo algunos detalles de su sello personal.
Flor se deja caer, dócil, en el sofá, a la espera de la charla. Cuando se trata de desnudar su intimidad, su imagen toma distancia de la capocómica que atropella con ironía y humor sobre el escenario. Al contrario, parece que susurrara, como si en cada respuesta revelara su más íntimo secreto. Quizá algo de eso haya en esta nota...
–¿Cómo viviste el debate por la Ley del casamiento igualitario?
–Me encantó que hayan votado de acuerdo a sus convicciones y no a intereses corporativos. Pero fue bastante confuso. Se habló mucho de que atentaba contra la familia, y simplemente intenta darles el mismo derecho a todas las familias ya existentes.
–¿Te molestó la posición que se sostenía en “yo tengo un amigo homosexual, pero...”?
–Mucho. Creo que hay varios que sacaron el facho que llevan adentro. Muchos mostraron la hilacha, y una manera de pensar retrógrada. Y hubo demasiada frase desafortunada de esa minoría que no tiene la más pálida idea de la vida y dice cualquier cosa.
–Algunos manifestaron su temor de que el chico criado por padres homosexuales sufra la crueldad de sus compañeritos de colegio.
–¡Pero en el colegio sufrimos todos! El gordo, el feo, el que tiene granos, la colorada, el gay... Los chicos son así. Pero por eso no te pueden privar del derecho a algo. Si somos todos iguales ante la Ley, ¿por qué negar ese deseo? Además, yo creo que si hay amor, todo lo demás pasa a segundo plano.
SOÑAR CON UNA FAMILIA. Es indudable que ha recorrido un largo camino, y ella lo sabe. Parte de la historia comienza el 2 de marzo de 1976, cuando esta despampanante mujer que hoy enfrenta el grabador de GENTE era un niño bautizado como Roberto Carlos Trinidad. Nacido en el Hospital de la Madre y el Niño, en Resistencia, Chaco, era el segundo hijo de Claudio Trinidad, un maestro mayor de obras, y Sabina Sáez, costurera de profesión.
En ese seno, devino una infancia difícil, signada por el fallecimiento de su mamá cuando tenía dos años y las carencias económicas. Luego, una juventud de búsqueda constante que se rastrea en la localidad de Llavallol, en Lomas de Zamora, donde Florencia –aún entonces como varón– transcurrió su adolescencia.
A los 17, entonces, decidió que era tiempo de tomar las riendas de su destino. “Empecé a construirme”, dice. Y una tarde, vestida de mujer frente al espejo, se vio mejor que cualquiera. Se supo hermosa, para ser más exactos. Una sonrisa inmensa se dibujó en el reflejo y se sintió feliz. “Había pasado toda mi adolescencia perdida, sin saber a dónde ir, sin brújula. Y hay mucho prejuicio... Pero yo me prioricé. Podía haber hecho feliz a mi familia, pero yo siempre fui de frente. La mente te engaña bastante, pero la sexualidad no se puede explicar. Es como razonar por qué te gusta la mermelada y no el dulce de leche... Si fuera una verdadera elección, no sé si me hubiera complicado tanto la vida. Ser heterosexual es más sencillo”.
Sin embargo, los baches de ese camino más largo y difícil no le impidieron encontrar el gran amor. Con Pablo Goycochea (43), su pareja, se conocieron hace doce años, en un festival en Gualeguaychú. Ella, por ese entonces, iniciaba su ascendente carrera en los medios. El, en tanto, era un odontólogo de bajo perfil, divorciado y padre de tres hijos (Gonzalo, María Pía y Martina, de 21, 19 y 17 años, respectivamente). Lo de Pablo y Flor tuvo tinte serio desde el primer momento. Aunque nunca aventuraron lo que sucedería una década después: el majestuoso casamiento que celebraron en noviembre de 2008, cuando la Ley que hoy ampara su unión parecía una utopía.
–Cosechaste una gran relación con los hijos de Pablo. ¿Fue difícil llegar a ese equilibrio?
–Siempre cuesta: mi papá tenía novias y yo lloraba desconsolada. Me parecía tremendo en ese momento. Y tenía otra mujer como pareja, no un hombre... Pero Pablo les habló. Siempre fue con la verdad, y con el tiempo aprendieron a quererme, a querer estar conmigo... Hoy saben y sienten que soy parte de la familia. Admiro la franqueza que tuvo en aceptar lo que pasaba y compartirlo con sus hijos, sin vivirlo como algo malo o prohibido.
–¿Costó más con el varón? Digo, generalmente no se lo ve en notas.
–Eso tiene que ver con la personalidad de cada uno. Tengo muy buena relación con los tres. Con Gonzalo nos llevamos bárbaro, sólo que está estudiando y no le gusta tanto aparecer. Y a mí me encanta que sea así.
–¿Te imaginabas que ibas a convivir con su familia?
–Nunca (sube el tono). Cuando empecé con Pablo era muy chica, y eran los hijos de él. Me llevó mucho tiempo sentirme capacitada para enfrentarlos. No era fácil para mí. Porque ellos tienen a su mamá y yo soy la novia del padre, con una sexualidad diferente. Son muchísimas cosas, que al principio eran complicadas. Pero con el tiempo se acomodaron. Yo tenía más prejuicio que los chicos. Incluso, no sabía si tenía instinto maternal.
–Es una confesión fuerte...
–Muy fuerte. Pero me nació en cosas casi imperceptibles. En cuidados con las nenas más chicas. Me sorprendí calculando el desayuno, preparando cosas para ellas, cosiéndoles la ropa... Asumí el rol de la mujer de la casa.
LÁGRIMAS DE MUJER. Quizá no haya elegido su condición sexual. Ni ese impulso que la llevó a travestirse, sabiendo que eso implicaba un viaje de ida en su vida. Una elección medular para su futuro. Un año cero. Sin embargo, y en esto se vuelve irreductible, ella sí eligió ser Florencia.
“No me lo olvido más. Era una de las primeras veces que salía vestida así... de mujer. Me presentaron en una fiesta, con unos amigos, y cuando tuve que decir cómo me llamaba, apareció el nombre. Florencia, les dije. Y fue como perder la virginidad. ‘Ya está’, pensé. Estuve incómoda toda la noche, pero sabía que había encontrado un camino”.
En realidad había encontrado su identidad. Luego, de mano de sus logros profesionales –que arrancaron allá por el ’98, con su debut en Más pinas que las gallutas, de la mano de Gerardo Sofovich– sería amada y reconocida como Florencia de la V. Por eso, en ese campo de batallas y victorias a las que supo abrirse, hoy se plantea un nuevo horizonte: la obtención de su DNI femenino, como Florencia Trinidad, tal su apellido paterno.
–¿Muchas veces te preguntaste ‘¿quién soy?’?
–Muchas... Me sentía una cosa en el medio de un hombre y una mujer. Que no estaba ni de un lado ni del otro. Necesité solidez para enfrentarme, y vino de la mano de mi trabajo. Muchas veces uno dice “está todo bien” y no lo está. No me sentía merecedora de nada. Como si mi existencia fuera un problema.
–¿Una enfermedad?
–Exactamente. Cuando resolví ese rollo, me vino el tema de la maternidad, que con Pablo parecía resuelto. El tenía sus hijos, creía que no iba a querer ser padre el día de mañana, y fue una tranquilidad en ese momento. Pero después de los 30 tuve un llamado biológico. Hoy no soy ni la sombra de lo que era a los 20. Y un día, me acuerdo, ya lo tenía bastante digerido, y lo hablé con Pablo.
–Y hoy te sentís lista para ser madre.
–Sí... Me quita el sueño. Nunca lo había pensado como un derecho civil. Siempre me sentí ajena al tema, quizá porque no estaba preparada, o porque me estaba formando como mujer. No fue fácil para mí ser la mujer que soy. Cambié completamente mi vida. De ser una cosa a otra. Pasé vergüenzas también, eh. Dar vuelta la página y arrancar de cero es fuerte. Me llevó mucho tiempo conocerme y aceptarme. Construirme. Más de lo que la gente cree. No fue todo tan superado.
–¿Y la búsqueda de tu identidad femenina?
–Vino todo de la mano. Cuando empezamos a pensar el tema del bebé, me dio vueltas el tema del nombre. Yo llegué a un punto en que no me lo planteaba. Pequeñas cosas que aprendí a pasar sola. Había aprendido a superarlo, a pasar la situación incómoda de mostrar mi DNI... ¿Sabés que hay mucha gente que realmente cree que me llamo Florencia de la V? Después de tantos años, me gané el derecho. Me llevó y me costó mucha lágrima, vergüenza, sudor y tristeza.
–¿En algún momento evaluaste la cirugía de cambio de sexo?
–Ese es un tema bastante más complicado. Hoy por hoy no lo tengo ni planteado. Está bastante asumido para mí quién soy. Me acepto y me quiero así.
–¿Quién es Florencia Trinidad, entonces?
–Son mis raíces, mi familia. Pero hablemos simplemente de Florencia, porque no pasa por el apellido. Quiero que me reconozcan así también en el DNI. ¿Es tanto pedir que el documento coincida con lo que soy? Yo no me disfracé de Florencia. Yo soy. Así de clarito. Y me trajo muchísima luz a mi vida.
Por Mariel Fuentes. Foto: Christian Beliera.
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