miércoles, 25 de abril de 2007

El violento oficio de esperar

Mariel Fuentes

El tango anuncia que fumando espero, la portada de una revista para futuras mamás señala la dulce espera, y en las ventanillas de venta de entradas de un cine se nos exhorta con un espere su turno, acompañado de una luz relampagueante. Como sea, parece que el mundo entero es una perversa sala de espera. Parafraseando a Walsh podría decirse que esperar es el violento oficio del ser humano, su vocación. Me pregunto si alguien ha llegado a calcular el tiempo destinado a las esperas de un hecho o una cosa, a lo largo de toda una vida. Supongo que no. Me atrevo a garantizar que es mucho mejor así ante la sospecha de que el resultado de aquella suma nos dejaría, literalmente, con los pelos de punta.
La multiplicidad de esperas definen distintos estados emocionales. Digamos que es posible descifrar esperas de acuerdo a olores, colores, sabores. Hay esperas que nos abrazan al vértigo. Turbulentas o maravillosas, como la de los reyes magos y el seis de enero llegando, siempre puntualmente, a entregarnos la tan esperada (o no) recompensa. Esperas furtivas, renacidas, grises, danzantes. Esperas como actos fáciles y soportables Y aquí hace su juego el tiempo, el subjetivo, el relativo, el que derriba o es derrotado por el que señala el reloj en la muñeca.
La Real Academia Española informa que esperar es estar en un lugar o detener una acción hasta que llegue algo o llegue alguien, creer que algo sucederá. Roland Barthes define la espera como el tumulto de angustia suscitado por la espera del ser amado, sometida a la posibilidad de pequeños retrasos (citas, llamadas telefónicas, cartas, atenciones reciprocas):

Espero una llamada, una reciprocidad, un signo prometido: en Erwartung (Espera), una mujer espera a su amante, por la noche, en el bosque; yo no espero más que una llamada telefónica,
pero es la misma angustia1

En la espera, el presente y el futuro se conjugan. La espera es el tiempo que es todos los tiempos en uno. Uno se pasa la vida esperando. Esperando que pasen las horas para hacer esto o aquello. Esperando que el tiempo milagrosamente se detenga para dejarnos prendidos a un instante de éxtasis y plenitud. Esperando que pasen los días y el tiempo, mágicamente, o el correr natural del segundero, produzca un cambio.
De una espera se sale alto o abatido, triunfante o no, satisfechos o aun sedientos. A veces, es ése preciso resultado el que le da sentido a la espera, pero también su viceversa. La llegada de lo que se aguardaba justifica el tiempo destinado a la espera o bien, lo transforma en tiempo perdido. Hay esperas que no culminan nunca, esperas que se demoran una vida. Esperas que se terminan al nacer de otra. Hundidos en lo cotidiano, uno espera la maravilla. Y así vamos llenando el tiempo que precede a lo que viene, esperando.
Y si esperar es todo –o buena parte- de lo que nos espera, será mejor que a pesar de todo -o tal vez por eso mismo- sigamos esperando lo imposible.



1SCHONBERG en: Fragmentos del discurso amoroso. Roland Barthes.


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