El Doctor Tarufetti cumplió 91 años... Unico personaje con quien no me resistí sacarme una fotito.
Aquí transcribo la primera nota que le hice, donde cuenta la famosa historia de los llamados (hay una segunda).
Solo para fanáticos...
-¿Hablo con el restaurante? Mire señor, ayer fuimos a comer con mi familia, pedimos asado y no podíamos digerirlo. Mi mujer se sacó de la boca un pedazo de carne, yo machaqué y no hubo caso; se lo pasé a mi hija, que realmente mastica muy bien, y tampoco...
-(Del otro lado del teléfono) ¿Usted dice que eso ocurrió anoche?
El resto de esta disparatada conversación es tan desopilante como impublicable... y la voz que la comanda es inconfundible: Tangalanga, el rey de las cargadas telefónicas, el mismo que con voz pausada y serena, confía que su verdadero nombre de “pila” es “Eveready”. Detrás del inefable personaje, de los bigotes postizos y el gorro, está Julio, un hombre alto, corpulento y vivaz, que casi siempre “se olvida” de que acaba de cumplir 90 pirulos, tal como tituló su último disco, donde reúne las mejores llamadas telefónicas. El doctor Tarufetti (otro de sus múltiples seudónimos) aprendió que el secreto es no bajar los brazos, vivir la vida como un adolescente. “Porque sigo rompiendo…”, avisa.
¿Cómo nació la idea de los llamados?
Yo tenía un buen amigo, un gran amigo, que por una operación en la cabeza debía estar en cama 24 horas por día. Como era muy inquieto, para él estar en cama todo el día era la muerte total. El vivía en San Fernando; yo en Retiro. Lo iba a ver, por lo menos, tres o cuatro veces por semana, porque conmigo se divertía mucho. Yo, gran amigo, verlo a el tirado en la cama… Un día, mi amigo, que se llamaba Sixto, me contó que estaba atendiendo su perro con un veterinario que, me decía, “nos cobra que se cree Favaloro: una barbaridad”. Entonces yo le digo a la esposa “dame el número del veterinario que lo voy a llamar desde mi casa. Tengo un grabador con accesorio para guardar conversaciones.” Hice el llamado, salió bastante bien. Y a Sixto le sirvió para que cuando alguno entraba al cuarto, y le preguntaba cómo andaba, él no tuviera que hablar de su enfermedad. Y decía “mirá la grabación que hizo Julio”… Así terminaban hablando del veterinario, del perro, de la mujer…
Y así nació el mito…
Sí, así estuvimos un año, hasta que él murió. Y en el año 80`, yo caigo enfermo de hepatitis. Me mandaron un reposo de 70 días en cama. Entonces, empezaron a alentarme a que vuelva a hacer las llamadas que hacía con Sixto. Y arranqué otra vez. En el 85`se inventa la doble casettera, y yo prestaba los casettes para que los grabaran. Y en el 94`, ya oficialmente, se empezaron a vender.
¿Enseguida fue un éxito?
Sí, Tato Bores fue el que me motivó a venderlo. Se vendieron 145 mil el primer año, y después seguí en la tele, con Guinzburg, en Peor es nada. Ya en el 95`abandoné mi trabajo en Odol, después de 57 años. Se hicieron 34 discos. Más que Luis Miguel.
¿Es cierto que con el tiempo la gente le daba los números y datos de personas a quien llamar?
Sí, la gente me pedía “llama a fulano de tal que es un chanta”. Yo fui una especie de gran justiciero telefónico. Generalmente llamaba a los que se podrían considerar “mala gente”, a los que tiran las cartas, a los que se dicen videntes… porque tienen dos dientes (se ríe). Igual, con el rubro 59 y 60 de Clarín tenés para hablar toda la vida.
¿Hay alguna charla que recuerde especialmente?
Sí. A una vidente. Le dije “yo la llamé porque ando muy mal con mi mujer”. “Sí, ya lo sé”, me dijo, “porque la estoy viendo”. “Y usted es un hombre de cabello castaño”, me dijo. “No, señora, yo soy pelirrojo. Y con mucho cabello” – a todo esto yo era pelado. Y me dijo que lo mirara al atardecer… que se veía castaño. Eso me impactó. ¡Qué sinvergüenza!
¿Usted tiene seguidores famosos?
Uff, un montón. Hace poco organizaron una reunión porque resulta que había mucha gente del ambiente que me quería conocer. Y ahí cayeron varios… ¡hasta Spinetta que no va a ningún lado! Me contó que en el auto lo único que escucha son mis casettes. “Así estás”, le dije. Y se ofreció para tocar en mi cumpleaños. Le dije “sí, pero no más de dos temas… y sin ése de la muchacha ojos de papel” (se ríe). También estuvo Mollo.
¿Sus mayores seguidores son jóvenes?
Sí, ¡y me gritan por la calle! Un pibe me dijo que después de saludarme se podía morir tranquilo. Le dije “pará, antes te consigo el nicho”. Otro me pidió “Tangalanga, ¿por favor me putea?”. Andá a la puta que te parió, le contesté. Me quieren por las barbaridades que digo, y que ellos no pueden decir.
¿Cuál es el secreto de su vitalidad?
Primero, hice una vida muy sana. No fumé nunca ni me puse en curda, y me controlé. Y estoy lúcido… eso no sé por qué… nací así. Hay tipos que a los 70 años ya están como entregados, que no salen de noche, que se ponen cualquier ropa. En una palabra, como si la vida ya se les hubiera terminado. Pero yo no.
¿Y usted cómo se siente?
Me siento en la silla, querida… Tengo un poco de malestar en las piernas, porque me colocaron dos by pass y me falta fuerza, pero del resto estoy bien. Soy feliz porque tengo nietos, una bisnieta, una familia. Estoy casado hace 65 años… cuando los cumplí no sabía si hacer una fiesta o un minuto de silencio. No, en serio… Para mí levantarme, salir a la calle por mis propios medios, y pensar…no tiene precio.
Mariel Fuentes
Foto: Aldana Anglesi